lunes, 4 de octubre de 2010

Sobre la moral y otros demonios


Palabras malditas

Creo que alguna vez conté ya la experiencia que viví años atrás en un restaurante en el que por azar coincidieron un ex funcionario procesado por robar tierras públicas, el directorio completo de un banco quebrado que dejó un tendal de ahorristas en la calle, una señorita que apareció sin ropas en una publicación brasileña y un general involucrado en el tráfico de autos robados.

El resto de los comensales no dejó que la presencia de una de esas personas -a la que evidentemente consideraban particularmente execrable- pasara desapercibida.

Fue mi primera experiencia sobre cómo opera la condena social en Paraguay.

Los parroquianos apostados en las mesas circundantes hacían comentarios condenatorios prácticamente en voz alta. Una que otra palabrota sonó tan fuerte que fue imposible que alguien en el salón no la escuchara.

Había bronca contenida en el ambiente. Y todas las miradas acusadoras se dirigían de manera alevosa a la misma mesa.

Finalmente, la causa de tanta indignación se dio por aludida, pagó precipitadamente y se retiró del lugar. Era la modelo.

Apenas salió, los demás clientes suspiraron aliviados y siguieron disfrutando de la velada, en compañía de aquellos connotados delincuentes, tanto públicos como privados.

Le pregunté a la persona que me acompañaba por qué tanto alboroto por la presencia de aquella pobre y por demás atractiva mujer.

Me recordó que la muy pervertida había exhibido impúdicamente hasta sus órganos sexuales en una revista para adultos.

¿Y?, pregunté.

"Es que no entendés, salió totalmente desnuda", me insistió.

Le recordé entonces que el gordo de bigote de la mesa contigua a la nuestra había dejado casi desnudos a unos dos mil ahorristas, y, sin embargo, a nadie parecía preocuparle demasiado su presencia.

"Ese es un problema de la justicia, no de la moral", me respondió.

Ese día me quedó claro que en Paraguay no importa si estafaste, mentiste o robaste, en tanto que lo que hagas con tu sexualidad o con tu cuerpo no escape a los parámetros concebidos como normales por la sociedad.

Nunca voy a entender esa obsesión de la gente con la sexualidad de los otros. En realidad es una obsesión con el sexo mismo.

Por alguna razón se decidió cargar sobre el sexo y su práctica la definición moral de las personas.

Según este particular mecanismo de calificación, una mujer que carga con antecedentes penales no necesariamente es mala; pero una lesbiana es indefectiblemente una degenerada.

Sé que mi cuerpo me recompensa con placer siempre que hago algo que le beneficie. Así, comer me produce placer; beber me produce placer, y, por supuesto, el sexo me produce placer.

Obviamente, el sexo debe ser tan bueno para mi cuerpo y para mi mente como alimentarme.

De hecho, hay pocas cosas tan placenteras como el sexo.

No creo que haya quien no se sienta mejor después de una buena sesión de sexo.

Muy por el contrario, ser robado o estafado a nadie le produce placer. Excepción hecha de alguna variación curiosa de masoquismo.

El sexo, salvo casos claramente tipificados en el Código Penal, se practica de común acuerdo entre las partes, sean estas dos o más.

Si todos actúan a la altura de las expectativas, nadie debería quedar defraudado.

El robo y la estafa, sin embargo, son acciones en las que hay un agresor que saca algún rédito y una contraparte que resulta perjudicada y que no tenía intención alguna de ser la víctima.

El sentido común me dice que una sociedad razonable debería pues condenar firmemente a ladrones y estafadores y dejar las prácticas sexuales de las personas en el ámbito de lo estrictamente privado.

Por eso mismo no entiendo entonces por qué no hay asociaciones de padres, ni organizaciones religiosas, ni moralistas sociales que organicen marchas, peñas culturales o campañas mediáticas cada vez que jueces, parlamentarios, funcionarios o empresarios privados estafan o roban, y si las hay para impedir que dos personas a las que les gusta compartir el sexo se casen.

Luis Bareiro

Fuente: http://blogs.ultimahora.com/post/3808/94/sobre-la-moral-y-otros-demonios.html

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